miércoles, julio 10, 2013

EL CAFÉ PENDIENTE

Algo digno de hacer en nuestro país. Una costumbre proveniente de Nápoles y que se reproduce del relato atribuido al poeta y escritor italiano Tonino Guerra.


Entramos en un pequeño café, pedimos y nos sentamos en una mesa. Luego entran dos personas:
- Cinco cafés. Dos son para nosotros y tres "pendientes".
Pagan los cinco cafés, beben sus dos cafés y se van.
Pregunto: ¿Cuáles son esos “cafés pendientes”?
Me dicen: Espera y verás.
Luego vienen otras personas. Dos chicas piden dos cafés, pagan normalmente.
Después de un tiempo vienen tres abogados y piden siete cafés:
- Tres son para nosotros, y cuatro “pendientes”.
Pagan por siete, se toman los tres y se marchan.
Después un joven pide dos cafés, bebe sólo uno, pero paga los dos.
Estamos sentados, hablamos y miramos a través de la puerta abierta la plaza iluminada por el sol delante de la cafetería. De repente, en la puerta aparece un hombre vestido muy pobre y pregunta en voz baja:
- ¿Tienen algún "café pendiente"?


La gente paga anticipadamente a alguien que no puede permitirse el lujo de una taza de café caliente. Allí dejaban en los establecimientos no sólo el café sino también comida. Esta costumbre ya ha salido de las fronteras de Italia y se ha extendido a muchas ciudades de todo el mundo.

Un café pendiente es una propuesta solidaria con una modalidad muy sencilla. Consiste en ir a un establecimiento adherido e identificado como parte del proyecto, consumir lo que se desea y al retirarse dejar pagado uno o más cafés, comida u otros productos. Esos cafés pagados por adelantado quedarán pendientes hasta que alguien que no disponga de recursos lo solicite y el establecimiento lo entregará, obvio, sin cargo.

¡Claro! Es un ejercicio basado en la confianza y que puede ser exitoso con el pequeño aporte de todos. Por tanto, en LaMesa&ElCafecito adherimos la iniciativa a nuestras oficinas y establecimientos asociados. Y si alguien más en México se suma a #UnCaféPendiente, nosotros invitamos el primero.


El 21 de marzo del año pasado el diario El País de España publicó un artículo de Gregorio Belinchón. Dice:

Tonino Guerra ha muerto. De repente, el cine italiano se ha quedado sin su Rafael Azcona. A los 92 años, el poeta, novelista y guionista ha fallecido poco después de su cumpleaños, que celebró el pasado 16 de marzo; su salud se había agravado en las últimas semanas.

Nacido en 1920 en Santarcangelo di Romagna, Antonio Guerra era maestro de escuela durante la II Guerra Mundial, cuando fue deportado a Alemania e internado en el campo de concentración de Troisdorf. Tras su liberación, se doctoró en Pedagogía en la Universidad de Urbino con una tesis sobre la poesía dialectal. Inició su carrera creativa como poeta.

“Empecé a escribir en el campo de concentración. Lo hice para acompañar a mis compañeros de prisión. Ellos eran romañolos como yo. El dialecto es la lengua de mi infancia, la lengua de mi madre. La poesía nos salvó de aquella soledad”, recordaba cuando en 2002 se publicó en España su poesía completa.

Más tarde como novelista, cuando por su trabajo fue trasladado a Roma, a Guerra se le abrió el campo del cine: “para mí no existe una diferencia profunda entre escribir poesía y escribir guiones, ambas conducen a la mismo: la creación de imágenes. Un guionista debe tener mil imágenes en su cabeza para conquistar a hombres como Fellini o como Antonioni”. En la capital vivirá hasta que en 1984 vuelve, por la añoranza, a su Romagna natal.

De su centenar de trabajos destacan los libretos de Matrimonio a la italiana y Los girasoles, de Vittorio de Sica; La aventura, La noche, El desierto rojo, Blow-up, de Michelangelo Antonioni; Amarcord, Y la nave va y Ginger y Fred, de Federico Fellini; Hombres contra la guerra, El caso Mattei, Cadáveres excelentes, Cristo se paró en Éboli y Crónica de una muerte anunciada, de Francesco Rosi; Viaje a Cythera (con la que ganó el premio al mejor guion en Cannes) y La eternidad y un día, de Theo Angelopoulos; Good Morning, Babilonia, de los hermanos Taviani; Más allá de las nubes, de Wim Wenders, o Nostalgia (1983), de Andréi Tarkovski.

De todos ellos hablaba bien, pero siempre se refería con cariño de Fellini y Antonioni. Tarkovski no fue una excepción en ese listado de obras maestras: “Para mí un momento importante y grato de la vida es cuando llegan a mi casa mis amigos rusos. Siento como rusa una parte considerable de mi vida. En sus días recibí mucho de Rusia, por lo que le estoy infinitamente agradecido”, contaba. Porque Guerra estudió el idioma y la cultura rusa, viajó en innumerables ocasiones allí, trabajó con Tarkovski y Vladimir Naumov y se casó con una rusa, Eleonora Yablochkina (Antonioni y Tarkovski fueron los testigos de la ceremonia).

Su último libreto fue El polvo del tiempo (2008), para la película de Angelopoulos. De sus libretos nacieron seis películas ganadoras del Oscar y una Palma de Oro. Él mismo fue tres veces candidato al Oscar al mejor guión con Blow-up, Amarcord y Casanova' 70. Además, recibió el David di Donatello por su carrera (además de otros tres obtenidos anteriormente por Tres hermanos, Y la nave va y Khaos). En Un lugar en el cine, el filme de Alberto Morais, Guerra hablaba de sus vivencias, en un largometraje en el que compartía pantalla con el recientemente fallecido Angelopoulos y Víctor Erice. Su fallecimiento lo ha anunciado su hijo, el compositor de bandas sonoras Andrea Guerra.

Hasta aquí el artículo periodístico publicado hace un año. Bien vale la pena recordar a quien se le atribuye el relato del “café pendiente” que trasciende su muerte. Que el nombre de este maestro que sufrió los horrores de la guerra y mitigó el dolor con poesía esté relacionado con un acto de caridad no parece casual. Que muchos usuarios de las redes sociales hayan reparado en ello, tampoco.


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